sábado, 14 de abril de 2018

LA VISITA



Con tan solo nueve años no podía saber el significado de muchas de las cosas que oiría y vería en aquel lugar. Pero la imaginación de su mente infantil la mantenía expectante, como si pudiera adivinar parte de aquel enigma. El viaje en el pequeño seiscientos no fue largo, pero nunca terminaba.

-¿Papá que vamos a ver? ¿Es cierto que puede haber fantasmas?

  La impaciencia por llegar hasta el que fue antiguo monasterio, se adivinaba en su cara y en sus movimientos nerviosos y continuados, no debidos precisamente a los baches de la vieja carretera. Poco a poco, mirando por la ventanilla, de repente pudo adivinar que quedaba poco trecho -¡Ya la veo! ¡Mira la torre, y tiene un cactus arriba!

Aquel hombre, el guarda de la finca, los recibió encantado de poder contar cuanto sabía de ese lugar y por su boca comenzaron a salir palabras y palabras sin ser consciente de que aquella niña recibía toda la información como una esponja absorbe el agua.

En aquellos años aún se podía ver la imagen de San Ginés en su hornacina del altar mayor. Todo el retablo que era de decoración floral, estaba pintado sobre el mismo enlucido de la pared y por su aspecto y la palidez de sus colores, era tan solo el recuerdo de un pasado espléndido.

-Miren ustedes…, primero les voy a enseñar esta capilla, aquí a la izquierda, llamada de San Antonio, es de las más importantes de la iglesia, y este Cristo que aquí ven, dice la leyenda que antiguamente, en tiempos de la Inquisición,  ponían a los reos delante, para que en apariencia, Dios mismo los juzgara .Si el Cristo movía un brazo, el acusado sería culpable y por lo tanto condenado.

-Y… ¿Cómo movía el brazo?... – preguntó con la ingenuidad propia de una niña. El  guarda de la finca que estaba entusiasmado dando todo tipo de detalles, la miró de reojo. Él, se lo estaba explicando a los mayores y aquella mocosa no paraba de  preguntar. Entonces, la chiquilla se quedo pensando, y manteniéndole la mirada volvió a  decir -pero si se morían… ¿habrá fantasmas?- Más que una pregunta era casi una afirmación.
-Pues fantasmas no se, pero huesos… huesos por todas partes. Todos salieron a la luz cuando el señor Burguete remodeló este antiguo convento, pero de eso hace ya bastantes años. Luego se convirtió en lo que es hoy, una explotación agrícola, ya venida a menos.

Continuaron viendo aquella capilla, en cuyo suelo se encontraba la lápida intacta del panteón de los Starico, la primera familia que adquirió el monasterio después de la desamortización. A la izquierda del altar una pequeña puerta daba acceso a los nichos de los monjes, ya vacíos de cualquier resto humano.

De vuelta al pasillo central de la iglesia, llamó su atención la escalera del púlpito en el lado de la epístola. Esta, tenía una preciosa barandilla de hierro forjado. Allí, imaginó a uno de los frailes dando su Homilía, en cualquiera de las innumerables misas que durante años anteriores se celebraron. En la pared, más y más pinturas recordaban a santos y otras escenas religiosas. De repente... de un salto, subió por los escalones, pero rápidamente su madre la llamó al orden y tal como subió, en un abrir y cerrar de ojos estaba otra vez abajo, pero no sin antes echar una mirada hacia la parte superior, donde se ubicaba el coro, que desde allí se veía perfectamente. Aquellos grandes sillones, ya envejecidos por el tiempo, aún podían dibujar una escena de canto gregoriano.

Una vez vista la iglesia con todas sus capillas y detalles, pasamos a ver la parte del edificio que cotidianamente era de uso exclusivo de los frailes, cuando este era monasterio.

Una gran sala, con una chimenea y decorada con preciosos azulejos pintados a mano, con escenas del Quijote, pudo haber sido el refectorio de la comunidad. Paco, nuestro “Improvisado” guía, y guarda del lugar, rascándose un poco la barba, así nos lo dijo. -Aquí creo que era donde comían los frailes.

Un patio a modo de claustro, pero ya con decoración árabe, muy de moda en los años de la reforma del monasterio y con un pozo en el centro, despertó su curiosidad, pues de él nacían  pequeñas acequias radiales que regaban todas las plantas del claustro, un gran naranjo, rosales, y algunos otros arbustos que ascendían por las columnas que sustentaban los arcos del patio. El olor a azahar, impregnó su olfato, buscando con su naricita de donde venia el olor- ¿son naranjos? –Si, aquí abundaban por toda la huerta del convento. Eran famosas “las naranjicas de San Gines”, y en los mercados cercanos eran muy demandadas por su dulzor y frescor.

Todo el edificio había sido modificado, y lo que antes habían sido las celdas de los monjes o frailes, eran ahora dormitorios o salas para el solaz de sus dueños durante  esos años.

Fuera de este edificio, se habían construido además de viviendas para los guardas, un lagar para la prensa y extracción del mosto de las estupendas uvas que se recogían de los parrales que abundaban en el huerto, y que luego se convertiría en el apreciado vino de color dorado que se comercializaba en toda la zona. Otra vez el olor… esta vez a mosto dulce. El apetito se desató por obra y gracia de todos los aromas que de ese lugar y de su huerta se desprendían, como alimento no solo del cuerpo sino del alma. Si, ese lugar completo, dentro, fuera, arriba, abajo, era un lugar auténticamente sagrado en toda su extensión. No tenía nada de extraño que muchos eremitas, monjes, frailes, santos, como queramos llamarles, se hubieran ubicado en esa zona del campo de Cartagena.

Aquella niña, todavía no sabía que en la antigüedad, familias romanas habían edificado allí sus “Domus”. Todavía no sabía que unos ermitaños se ubicaron  en su monte Miral; que alguien, llamado Ginés de Arlés, cuya cabeza según la leyenda llego a ese lugar, pudo ser el santo venerado. Que asimismo, un Ginés, franco de estirpe real, sorprendido por una tempestad frente a Cabo de Palos, y naufragando en esta aguas, pudo ser también el santo eremita. También desconocía que hasta los musulmanes, acudían a pedir favores al santo famoso por sus milagros. Que un día, un rey sabio volvería a refundar el monasterio con monjes  foráneos, que mas tarde otros frailes también lo habitarían y harían de él un lugar rico en cultura, en verdor, en oraciones y milagros. Que el paso de los siglos nunca podría quitar la importancia a ese lugar tan maravilloso, fueran como fueran sus paredes, tejados y torre. Ella aún no lo sabía…,

El tiempo ha pasado, pero mi percepción de aquella visita en mis años de infancia, aún permanece en mi mente, tal cual la expreso, aunque no  con toda la nitidez que me gustaría, si con toda la capacidad de asombro de que dispongo, porque no es para menos dado su historia, su realidad y su leyenda.

                                                                                                                    

                                                                                                                    


4 comentarios:

  1. ¡Pero que maravilla! Me ha encantado el repaso histórico que le has dado al Monasterio. Gracias por compartirlo.

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  2. Gracias a ti por leerlo y darme animos

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  3. Precioso cuento que describe las maravillas del monasterio. Enhorabuena

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